Enigmático viaje a la Edad Media...
Condado de Égabro,
siglo XIII.
Fernando Núñez de Lara es un noble atormentado por sus obsesiones;
su pasión por lo oculto lo conduce a una espiral de destrucción que acabará con
todo cuanto ama y lo mantendrá atrapado al margen del tiempo.
Siglos más tarde
Silvia, periodista y escritora apasionada por los enigmas de la Historia, se
topará con el misterio del Conde de Lara; en su poderoso deseo de desvelarlo se
verá arrastrada hacia el centro de un torbellino de fuerzas más allá de la
realidad.
Novela de intriga histórica donde los personajes trascienden los límites de su propia realidad a través de la magia, las fuerzas esotéricas y sus fortalezas y debilidades, que los colocan a la deriva en un entorno de preguntas, miedos y realidades incomprensibles.
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Conoce a LOS PERSONAJES de "El espejo de Fernando"
Fernando Núñez de Lara
Hijo bastardo de
Juán Núñez de Lara, apodado “el Gordo”, noble español exiliado en Francia
durante el reinado de Alfonso X. Fernando lleva una vida solitaria en el
castillo de Égabro; ocupa su tiempo con el estudio del comportamiento humano y
la lectura de textos ocultos. Encontrará, en la misteriosa abadía de Osuna, la
forma de dar salida a su obsesión por las fuerzas oscuras de destrucción.
Silvana
Campesina del
condado de Égabro, joven de carácter retador e independiente, se resiste a ser
comprada por el noble, que vive cautivado por su belleza y obsesionado por ella.
Arrojada de la ciudad por unos campesinos temerosos de las fuerzas mágicas que
no comprenden, será recogida por Fernando y llevada al castillo. Silvana irá
desvelando el misterioso pasado del conde mientras se adentra en un peligroso
laberinto de magia y obsesiones.
Otros personajes del entorno de Fernando
Rodrigo de Baena,
amigo del conde, intenta anclar a Fernando en la realidad de su tiempo y le
proporciona noticias del mundo exterior.
El hermano Iago,
monje misterioso de la abadía de Osuna, que guía a Fernando por los pasillos de
una oscura magia oculta y peligrosa.
Doña Juana,
personaje que forma parte del doloroso pasado del conde y ocupa un lugar
especial en su mente, pero la realidad del recuerdo se encuentra oculta tras
los velos del autoengaño.
Silvia Medina y Osorio
Joven periodista y
escritora, acaba de heredar una casa con vistas al castillo de Lara. Mientras documenta
su próxima novela, se topará con un misterio que la atraerá irremediablemente
hasta absorberla por completo. En su ansia por desvelar el enigma de Fernando,
se precipitará en brazos de fuerzas más allá de su comprensión y control.
David Ayala
Pareja de Silvia,
la ha seguido hasta el comienzo de lo que promete ser una nueva vida y la apoya
sin comprender muy bien los mecanismos que la mueven. Muchacho sencillo,
vendedor de ocupación y de costumbres simples, será arrastrado a la fuera por
la obsesión de Silvia.
Castillo de Égabro
Fragmentos de la novela
Uno de lo escenarios de "El espejo de Fernando" es el sótano del castillo
El
último tramo de escalera era resbaladizo, pues la humedad lo lamía hasta el
extremo de mojar la superficie de la piedra ya gastada, de aristas redondeadas.
Fernando bajó con cuidado y, una vez en el sótano, tomó una de las teas que
ardían asidas a los muros para guiarse por los pasillos. Su caminar firme
resonaba en aquel lugar subterráneo con gran fuerza e incluso el crujir de la
tea devorada por el fuego se sentía crepitar, duplicado su sonido. En
algunos de los corredores penumbrosos se oía el goteo lento, pausado, del agua
condensada en los bajos techos de aquel dédalo de piedra húmeda.
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En el escenario de la taberna tendrá lugar una de las escenas decisivas para el personaje de Silvana.
Al entrar en la tosca taberna, Silvana abrió
mucho los ojos para que éstos se adaptaran a la oscuridad del lugar. Antes de
que la vista tomase plenas facultades su olfato se vio asaltado por un intenso
olor a cerveza y vino barato mezclado con mosto, que le hizo adoptar una mueca
de desagrado. También le pareció oler a conejo frito, prohibido conejo frito,
lo que significaba que si una visita inoportuna entraba en aquel instante, al
tabernero se le iba a caer el pelo... El rincón de la venta de vino al por
menor fue perfilándose, con los medidores, los coladores y las tinajas. El
viejo solía dejarse caer cerca de allí, en una de las bancas más alejadas de la
puerta y de la luz para no ser visto. No le gustaba aquella costumbre de
frecuentar la taberna para ir a buscar a su padre, algún día sería un miembro
del concejo el que lo encontraría y lo echaría de allí a patadas, eso si no le
ponían una buena multa o lo castigaban azotándolo públicamente... Desde que el concejo
prohibiera a casados o solteros con familia en el pueblo entrar en las
tabernas, él era el único marido borracho al que su hija tenía que ir a buscar.
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Avanzó un poco más hasta tocar el cristal. Su dedo
chocó con la superficie lisa del vidrio pero no alcanzó la piel de aquel
individuo. Desplazó su mano hacia la derecha llevando la imagen enganchada a la
palma de su mano. Era él. Él mismo. Una voz de su mente le dijo que aquél era
él y la comprensión súbita hizo que sus músculos contraídos se encogiesen
quedando lasos los brazos a ambos lados de su cuerpo, exactamente igual que su
doble tras el cristal. […]
Se quedó en silencio, quieto, mirando al interior
de aquellos iris negros que parecían no tener final, ojos que eran los suyos
propios, tan oscuros y callados como la negrura más insondable. Miró al fondo,
a lo más profundo, y sintió un pesar inmenso pues no pudo ver más que dolor.
Con la mano izquierda tocó el rostro lívido de marcadas facciones que se
pintaba en movimiento sobre la fría superficie, lo acarició lentamente
apreciando cada contorno, cada matiz, sin poder aún creerlo. Luego se llevó la
mano a la cara y notó los dedos fríos. Aquella era su imagen. Un escalofrío le
hizo estremecer al comprender que se hallaba, por increíble que pudiese
parecer, ante sí mismo.